RECUERDO PERSONAL DE DON BERNARDO LEIGHTON MINISTRO DE EDUCACION
Me encontraba en el Colegio San Ignacio cursando el 4° año de Humanidades, mientras tenía 14 años de edad, cuando la Dirección programó realizar un acto solemne el 11 de septiembre de 1950, para conmemorar el nonagésimo quinto aniversario del Colegio. Como todos los alumnos asistí a la ceremonia correspondiente en el Salón de Actos, que en el año 2012 se reinauguró, debidamente remodelado, recuperando así una joya arquitectónica y poniéndola de nuevo al servicio de la enseñanza, la cultura y la comunidad.
En ese momento estaba muy lejos de pensar en que esa fecha pasaría a ser histórica por razones tan trágicas como el Golpe que permitió que se entronizara en Chile una Dictadura, que se erigió en Poder absoluto durante 17 años y como el ataque terrorista a las Torres Gemelas en EEUU; además tampoco sabía, en ese momento, que esa fecha sería muy significativa para mí al conocer a un señor bajito, de tamaño pequeño en lo físico, pero tremendamente grande y vigoroso como personalidad, sobre todo por su sublime, brillante y vibrante oratoria que entusiasmaba por la convicción y brillo de su argumentación y porque, al decir de don Andrés Aylwin “ llegaba al alma, porque hablaba con el corazón”. Sus palabras, en esa ocasión, fueron escuchadas con atención y silencio. Se trataba de un ex alumno destacado y ejemplar, que se desempeñaba como Ministro de Educación, don Bernardo Leighton Guzmán . Su discurso se acompaña al final, tal como aparece en el Anuario del Colegio correspondiente a ese año.
Ese día de celebración en el Colegio me permitió apreciar cómo se hicieron presentes distinguidos ex alumnos, como Monseñor Manuel Larraín, el Ministro de Hacienda Carlos Vial Espantoso, el senador Sergio Fernández Larraín y el diputado Tomás Reyes Vicuña, el escritor y humorista Gustavo Campaña, con una sentida excusa del Canciller don Horacio Walker Larraín. Además, como acabo de señalar, pude conocer a uno de los hombres más valiosos que ha tenido el país, el más respetado por gente de todo el espectro político, el ignaciano que salió para servir y así lo hizo toda la vida, al servicio de los demás, partidarios o adversarios, al servicio del Orden Social Cristiano y de la Patria amada. Ese hombre que fue llamado “El Hermano Bernardo”, porque nadie como él predicaba y practicaba, con cordialidad y fraternidad, el que se hiciera realidad la Justicia, la Paz y la Hermandad. Sentí ese día en el Colegio la fuerte presencia de la personalidad y el poder comunicacional de don Bernardo, a quien años más tarde conocí personalmente.
Veinte años después de la celebración recordada, cuando don Bernardo postulaba, en la época de la UP, a diputado, yo me había presentado como apoderado suyo en mi mesa de votación en el Instituto Nacional. Tuve que constituir la mesa, a la que no habían concurrido los vocales designados, con la participación de dos personas que llegaron a votar y aceptaron ser vocales, una de la UP y otra de oposición, con lo cual quedé de Presidente de mesa, al ser mayoría la oposición. El proceso electoral no tuvo problemas, pero cuando concluyó y se realizó el escrutinio, las dos personas que habían ayudado se fugaron para no tener que llevar los útiles al Servicio Electoral.
Durante la votación pasó don Bernardo, haciendo un recorrido por el local; fue saludando por las diversas mesas hasta que llegó a la nuestra; eso me permitió conocerle no sólo como candidato político, sino como un hombre excepcional; saludó con sencillez, afecto y calidez no sólo a mí, sino a los otros dos y nos deseó éxito en nuestra labor en la jornada electoral, todo ello con gran cordialidad y mucha simpatía, con una aureola de grandeza sólo propia de él. Cuando partió, uno de mis compañeros de mesa dijo “es un hombre excepcional por la forma que habla, mira y se desenvuelve, inspira confianza, uno siente que habla con un amigo o con un familiar”, el otro dijo “irradia algo especial y demuestra convicción y carisma, hace latir el corazón”; yo dije “es un demócrata cristiano de verdad y en ello pone todo su corazón, por eso voté por él. Es un demócrata 100% demócrata, enamorado de la Democracia y es un Cristiano 100% Cristiano, un enamorado del Cristianismo, es un hombre fundado sobre la base de la doctrina y los principios y marcado a fuego por Jesucristo y los valores y principios cristianos”. Don Bernardo en esa elección no quería hacer publicidad, de modo que los cheques que recibía de numerosos donantes, los entregaba a otros candidatos para que se dieran a conocer, pero sin obstáculo de su austera y humilde campaña, sin mayor publicidad, obtuvo una gran votación y fue la primera mayoría, siendo elegido diputado de la República como lo tenía más que merecido. Respecto a sus bienes se desprendió de ellos, su jubilación no fue la que le correspondía porque no quiso jubilar como parlamentario, por no considerarlo justo, Nunca antepuso su beneficio personal a los intereses del país. La política fue un medio para servir, nunca para favorecerse. Quiso ser pobre.
Así pues creo que don Bernardo Leighton merece que se recuerde este episodio porque él como distinguido ex alumno y Ministro de Educación le dio realce al acto conmemorativo tan importante para el Colegio San Ignacio, con un profundo y sentido discurso acerca de la obra de nuestro Santo, alocución inspirada en los Ejercicios Espirituales, que me honro en reproducir a continuación, porque se suma a todas las veces en que proyectó los valores del Evangelio.
Quisiera decir antes de reproducir sus palabras, que el acto terminó con la marcha de San Ignacio, o sea el himno que entonamos muchas veces en nuestra niñez, que esa vez tuvo un significado especial y que al citarlo me hace pensar en los recuerdos imborrables de las lecciones aprendidas, normas de vida y vivencias que me marcaron y en suma la formación recibida en esas aulas ignacianas, a la que asistí junto a los ex alumnos citados, muchos de ellos seguidores del pensamiento social cristiano, encarnado por el señor bajito que derrochaba pasión y amor por la causa humanista cristiana, con una fe religiosa contagiante, amante de la causa de los trabajadores, luchador por la justicia, la libertad y la dignidad del hombre y sus derechos, siempre pensando en los demás, incluso en los oponentes, todo ello inmerso en un amor patrio, que se distinguía porque no era por su Patria , sino la de todos. Supo amarla más que a si mismo, permitiéndonos recordarlo como un rostro moral que siempre actuó como un Hermano.
.Ahora, copio del Anuario de 1950(págs. 80 y 82)el discurso de don Bernardo:
“Exmmo. Señor Cardenal, Rvdo. P. Provincial, señoras, señores:
Ser ex alumno de los Jesuitas envuelve una grave responsabilidad porque significa haber estado cerca del agua viva en cuya fuente es posible calmar la sed.
Los Jesuitas enseñan de muchas maneras y tienen el más valioso elemento educador, que es su larga experiencia.
Todo lo han conocido y lo han enseñado. El Universo—el de los seres racionales y el de las cosas—para ellos no guarda misterios en ninguna de sus dimensiones sorprendentes. Quien tuvo la
inmerecida gracia de convivir con los Jesuitas puedo intentar el descubrimiento de la clave de donde provienen el éxito de su misión y el poder de su genio.
A Ignacio de Loyola Dios lo hizo un Santo; pero primero lo hizo un hombre, todo un hombre.
La vida, la vida real, la de origen divino, la que cayó en pecado, la que fue redimida, la que volverá a caer y volverá a ser redimida, miles de veces, esa vida ( no la otra, la vida de la pura fantasía o la del pecado sin perdón, al estilo pagano) ésta no; aquella vida fue la que vivió Ignacio de Loyola, acaso como nadie la vivió jamás, ni antes ni después de él.
Pudo hacerlo, porque la impetuosidad de su sangre española estaba contenida en un vaso cristalino.
Pues bien, lo que fue Loyola, el caballero español, el Santo, o que iba a ser, prolongándose en el espacio y en el tiempo, a través de su Compañía de Jesús, lo escribió y dejó como un testamento sagrado.
¡El libro de los Ejercicios Espirituales! ¡Allí está la misteriosa clave! Soy uno de tantos, ni teólogo, ni filósofo, ni artista. ¡Uno de tantos!. Doy el testimonio del hombre común para juzgar este libro en el filo del Siglo Veinte y en esta Patria nuestra..
Pretende la ordenación de la vida , repito de la vida real , la vida del hombre que se desarrolla en medio del acontecer del mundo, comprometiéndose en él sin ser de él.
El libro maravilloso, previamente analiza, escudriña, despedaza, pulveriza la la vida; retrata al hombre, tal cual es, por el sistema de colocarlo ante el único espejo que dice la verdad; el espejo de sí mismo!
Enseguida, ordena, construye, dignifica, levanta.
Cristo es el puente, quien enlaza a la creatura con su Creador y descifra el secreto del dolor desde que lo hizo propio y el secreto de la felicidad desde que la hizo ajena.
San Ignacio despeja todas las incógnitas, sin desestimar, no obstante a ninguno de los seres creados.
La vida, después de los Ejercicios, tiene otro sentido.
No deja de ser lo que ella es , lo que será siempre, porque Ignacio no es un desertor de la vida humana; pero cambia su valor.
Es verdad que Dios lanzó al hombre al mundo, pero para que volviera a Dios.
Ciertamente que El conoce el porvenir tanto como conoce el presente; respetando empero la libertad de albedrío.
Hay una Providencia que castiga, pero es la misma Providencia que perdona.
La existencia es una lucha tremenda; sin embargo, cuando empieza centra uno mismo, en todo lo demás se lucha fácilmente.
Es muy seria la tarea de llegar a ser Santo, pero es una tarea que produce paz al espíritu y alegra el corazón del hombre.
San Ignacio penetra el alma y el alma del alma. Su palabra tiene, por eso, actualidad perenne.
Sin salir de los propios muros de este Colegio, nosotros la hemos visto rediviva en la corteza dura del viejo español y en la dignidad juvenil del americano..
Como poder dignificar su nombre sino mediante un esfuerzo educador grandioso y humilde!
¡Nuestro Chile amado necesita de ti, Ignacio de Loyola!
De tu varonil apostura para poder enfrentar sus pesadumbres.
De tu modestia tranquila para soldar voluntades de hermanos con hermanos.
De tu confianza en todas las obras de la creación para laborar siempre con optimismo sano y fecundo.
De tu visión que penetró los siglos venideros para superarse al despertar de cada día.
He dicho.”
Este modesto recuerdo de ex alumno de San Ignacio, me llena de gozo, porque el haber conocido aunque poco, a este hombre muy sencillo y muy inteligente, así como profundamente humano y modesto, don Bernardo Leighton Guzmán, me permitió apreciar el que lo llamaran “Hermano Bernardo” y conocer a quien mi amigo Alberto Jerez, diría que era un “Santo Laico”.
Mi permanencia en el Colegio me significó el privilegio de haber conocido a dos hombres ejemplares, a dos chilenos insignes, a dos santos con vocación social y de servicio por los demás, al “Padre Hurtado” y al” Hermano Bernardo”.