Las Balas en Roma

Aunque hay tanto que hablar de ahora y del futuro, resulta imposible eludir el doloroso tema del atentado criminal que sufrieron en Roma, cuando estaban exiliados.

Le pregunto a don Bernardo qué recuerda del momento en que fueron heridos de muerte y él contesta:

-De eso, que hable la Anita. yo perdí el conocimiento instantáneamente, así que no me alcancé a dar cuenta de nada. Nos dispararon por la espalda y a mí la bala me entró por la cabeza…

-Sí -dice ella-. Bernardo perdió el conocimiento y yo perdí el movimiento.

Entonces, la mirada transparente de Anita Fresno de Leighton se ensombrece, como si el tiempo hubiera retrocedido… Y habla muy bajito. Cuenta que durante mucho tiempo no podía referirse a ese episodio. ‘me dolía tanto sólo recordarlo… Pero el tiempo va curando las heridas’. Y entrega su testimonio , sin dramatizar, con una sencillez extraordinaria, quedamente, mientras él la escucha casi sin pestañear, como si fuera la primera vez que escucha esa historia terrible que vivieron -y casi murieron- los dos.

Ibamos llegando al edificio de departamento donde vivíamos, en la vía Aurelia, a una cuadra de la Plaza de San Pedro. Es un calle antigua, de adoquines, con tránsito doble, con bastante tránsito de buses y automóviles…

Ibamos caminando por un lado en que no hay vereda. Eran las 8:20… La reja del edificio se cerraba a las 8. Me llamó la atención un hombre que atravesó la calle en diagonal, pese al intenso tránsito. Lo vi cruzar la calle… Parece que andaba con botas, porque sentí el taconeo sobre los adoquines… Después, sentí los disparos.

Nos disparó por la espalda… no sé si fueron dos disparos o más, a un par de metros de distancia… Es claro que trató de matarnos a los dos, puesto que disparó tan cerca contra él y contra mí.

´Caí al suelo, de bruces, con la columna rota.

Me dañó tres vértebras… Yo no perdí el conocimiento en ningún momento. Tenía la sensación de que mi cuerpo era un saco. Hice un gran esfuerzo para moverme, pero no podía y pensaba: no puedo quedarme así. Haciendo un esfuerzo sobrehumano logré darme vuelta y vi, con horror y espanto, que Bernardo estaba en el suelo, ensangrentado, inmóvil… La sangre de él y la mía se juntaban en un solo charco y corrían juntas por el declive de la calle.

‘Estábamos detrás de un automóvil detenido _ prosigue ella y hay un silencio profundo en ese living sencillo lleno de recuerdos, mientras él la sigue mirando, callado-. Sentí que no tenía muchas fuerzas para llamar… Luego empecé a pedir socorro en italiano…

-¿Pensó que don Bernardo estaba muerto?
-Yo presentía que él estaba vivo. Y lo único que rogaba era, Dios mío sálvalo, ayúdalo a él. Entonces oí algunas voces. Llegó el portero del edificio, se comenzó a juntar mucha gente. Había una confusión horrible. Todos gritaban y hacían imprecaciones. Yo rogaba que se quedaran callados, que no siguieran con esas imprecaciones atroces, y pensaba en la impresión horrible que iba a tener Guillermo -se refiere al sobrino que han criado y querido como a un hijo- cuando llegara y nos encontraba botados en el suelo. No quería que Guillermo viera ni oyera eso…

‘Tres veces repetí que perdonaba al que lo había hecho, que por Dios no siguieran gritando… que no era el momento de juzgar, sino de rezar, que yo lo perdonaba… En eso, llegó una ambulancia. No sabían a cuál de los dos llevar. Yo les pedí que llevaran a Bernardo. A mí me llevaron un rato después a Pronto Socorro, la posta de urgencia.

Anita recuerda vívidamente la llegada a la posta, la multitud de periodista y de flashes fotográficos, el encuentro con el sacerdote chileno Juan Vicente González y sus oraciones por Bernardo.

-¿Quién puede haberlos odiado tanto como para quererlos muertos?
-No sabemos.

-Se ha dicho que en ese atentado también participó Michael Townley…
-Eso se ha ..publicado allá. No lo sabemos. Lo único que nos dijo la policía, poco después, es que los supuestos implicados se habían ido de la ciudad ese mismo día.
Y que nos habían tenido muy vigilados. Ha habido personas detenidas, nosotros ni siquiera pusimos abogado.

-¿Por qué, creen ustedes, Dios quiso salvarlos?
-Sólo Dios lo sabe… Después de eso recibimos tanta solidaridad, tanto cariño. De todas partes…

-Después de haber sufrido esa experiencia tan terrible, ¿siente miedo?
-No -se miran ambos y sonríen-. Si estuviéramos pensando todo el tiempo en eso, no haríamos nada.

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